Chapter Summary: LA NOVIA EQUIVOCADA CAPÍTULO 48 – La Novia Equivocada Novela de Day Torres by Internet
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CAPITULO 48. ¿¡Y qué esperabas!? CAPITULO 48
Los dos estaban angustiados,
podía disimularlo. Nathan hacía un esfuerzo supremo por no tomar la mano de Meli y deshacerse en disculpas, pero ella parecía distante, fría y muy cansada.
Recorrieron las calles, buscando desesperadamente a Sophia, pero no había ni rastro de la niña, hasta que Meli cerró los ojos por un segundo y murmuró:
–El acuario. Vamos al acuario, Sophi lo conoce tan bien como conoce la mansión.
–¿El acuario? ¿Cómo pudo Sophi llegar al acuario? ––preguntó Nathan.
– Se ha subido a taxis conmigo varias veces, sabe cómo funcionan y tiene una tarjeta de crédito que sabe dios por qué creíste que era bueno darle a una niña de siete años – murmuró
Meli.
– Tiene límite de crédito – replicó Nathan como si ponerle un tope en cinco mil dólares fuera suficiente para él.
Meli respiró profundamente y no dijo nada más, pero en la siguiente esquina lo vio girar y dirigirse al acuario. Nathan luchaba por mantener la compostura y no ceder al abrumador sentimiento de culpa que le consumía. Meli, por su parte, se retorcía las manos en el regazo. Por fin llegaron al acuario y subieron corriendo las escaleras. Por supuesto, Sophia estaba allí, sentada en un banco, con la mirada perdida en el enorme tanque de las ballenas.
– Sophia – llamó Nathan en voz baja.
– No quiero verte –respondió ella sin volverse.
Nathan sintió que su corazón se desmoronaba al oír esas palabras, pero Meli le dijo– Déjame hablarle a ella, por favor.
Nathan asintió y se alejó un poco, pero no mucho, para poder escucharlas. Meli se sentó junto a la niña y le acarició el cabello.
–¿Cómo supiste que estaba aquí? – le preguntó Sophia
–Bueno, ya sabes, soy maga, y sé que te gustan mucho las ballenas –respondió Meli abrazándola-. Princesa, siento mucho lo que estás pasando, pero te prometo que tu papá no quería hacerte daño. Eres muy pequeña para entenderlo todavía, pero un día entenderás que tu papá te ama y solo quiere protegerte. Sophia la abrazó mientras sollozaba.
––Pero mi mamá está viva y él no me lo dijo – se quejó la niña. –Lo sé, pero tu mamá estaba dormidita, como la Bella Durmiente, y tu papá no quería que sufrieras por eso.
–Entonces... ¿mi papá la despertó con un beso de amor? – preguntó Sophia. Meli sintió que se le hacía un nudo en la garganta y Nathan se puso lívido.
–Sí, mi amor, supongo que sí – respondió Meli con la voz quebrada.
––Yo quiero ir a ver a mi mamá. –Lo sé, mi amor, lo sé –asintió Meli mientras la abrazaba con fuerza –. Estoy segura de que tu papá te llevará pronto. Pero ahora quiero que descanses y pienses en las hermosas ballenas del acuario. Necesitas estar tranquila y feliz para poder ver a tu mamá, ¿de acuerdo?
Sophia asintió y Meli le sonrió con dulzura.
Nathan se arrodilló frente a ellas, tratando de aguantarse las lágrimas y tomó la mano de su hija.
–Vamos, princesa, yo te voy a llevar.
–¡No, contigo no quiero! –se rehusó Sophia rechazando su mano–. Quiero ir con Meli. – Nena, creo que es mejor que tu papá te lleve — trató de decir Amelie, pero la niña estaba negada.
–¡No! ¡Llévame, Meli, llévame tú! – exclamaba sorbiéndose los moquitos y Meli la abrazó, tratando de calmar el dolor y la confusión de la niña.
–Está bien –accedió con suavidad – Yo te llevo, pero papá debe conducir, ¿está bien?
Sophia asintió, con una expresión de alivio en su rostro. Se aferró con fuerza a Meli mientras salían del acuario y volvían a las bulliciosas calles de la ciudad.
Aquel viaje fue un suplicio para Nathan y para Meli, sobre todo porque Sophia no parecía tener intención de soltar la mano de la muchacha por nada del mundo. El doctor Benson los guio hacia la habitación de Marilyn y la muches se echó a llorar en cuanto vio a su hija.
Le tendió los brazos al instante, pero Sophia se quedó paralizada.
– Hey, nena. Ella es tu mami –le sonrió Meli agachándose junto a ella–. Ve y dale un abrazo, y pórtate muy bien con ella. ¿Sí, mi amor?
Sophia asintió y se dirigió hacia la cama.
– Meli! ¡Meli, espera, tenemos que hablar! A Nathan se le encogió el corazón cuando le vio los ojos y la nariz coloreados de un rosa fuerte por las lágrimas.
–¿Y de qué se supone que vamos a hablar, Nathan? – De lo que pasó en la clínica —respondió él con tono angustiado. –No vamos a hablar de eso. No hay nada que hablar – dijo ella intentando empujarlo hacia la puerta, pero él no se lo permitió.
–Lo lamento, Marilyn no debió decirte eso –murmuró él—. Fue muy inapropiado, fue desagradable...
–jiY qué esperabas!? – le gritó ella mientras limpiaba las lágrimas con el dorso de la mano–. ¡La pobre mujer se despierta después de cinco años en coma y descubre que otra mujer está ocupando su lugar, en su casa, con su hija, con su marido... ¡en la maldit@ cama de su marido! ¿ ¡Qué esperas que haga!? Nathan se mesó los cabellos con desesperación.
–Aun así, no es justificación para ser cruel... —No lo fue – murmuró Meli con tristeza–. Solo fue realista, me puso en mi lugar y yo lo entendí. Lo que no tiene justificación es que tú estés aquí mientras tu esposa está en el hospital. Estás casado, tienes una familia y yo... Yo soy solo fui tu amante por tiempo limitado. –¡Eso no es cierto! – replicó él — ¡Tú sabes que eso no es cierto! ¡Tú eres muy importante para mí!
–¿Cómo puedes decirme eso? – murmuró Meli con un acento profundamente decepcionado –. Cada día me lo creo menos. Porque si fuera importante para ti, si de verdad me hubieras querido un poquito, Nathan, me habrías dicho la verdad. –¡No supe! ¡No supe cómo, jamás he sabido lidiar con lo que le pasó a Marilyn! ¡Y maldición, tampoco sé cómo lidiar con esto! No sé qué se supone que debo hacer...
Meli dejó caer los hombros con un gesto cansado.
–Estuviste esperando por ella durante cinco años, Nathan.... esa debería ser toda la respuesta que necesitas. Acabas de verla con tu hija. ¡Ustedes son una familia! Y yo no soy nadie, solo alguien que está completamente fuera de esa ecuación.
– Meli…
– Por favor, Nathan, vete. Déjame descansar, déjame olvidar. – No... espera... Meli soltó un gruñido frustrado y lanzó su bolso contra el hombro de Nathan.
–¡Vete, maldit@ sea! —exclamó mientras él se sobresaltaba–. ¡No perteneces aquí, perteneces con tu mujer y con tu hija! ¡Ya no te estoy pidiendo ninguna explicación, solo quiero que te vayas! ¡Lárgate! Desde los ojos de Nathan corrieron un par de lágrimas de impotencia, pero Meli estaba al borde de la histeria y él sabía que no podía hacer nada para consolarla.
Salió de allí como si estuviera dejando su alma detrás y los días que siguieron fueron como una larga y oscura sombra en la conciencia de Nathan King. Se ocupaba de lo que hacía falta para sobrevivir. Casa. Trabajo. Sophia. Visitas al hospital, siempre con la niña. Pero en cada segundo de su día no podía evitar pensar en Meli, en aquella decepción que había visto en su mirada, en el dolor que le estaba causando. A veces se estacionaba debajo de su edificio, como si solo esperara a poder verla salir, pero si Meli salia o no, lo cierto era que él no había podido verla ni se atrevía a buscarla. Sophia cada vez se llevaba mejor con su mamá, aunque seguía preguntando por Meli cada cinco minutos. Nathan trataba de darle excusas sobre la universidad y Marilyn se aguantaba la
molestia que le causaban esas preguntas de la niña. Finalmente el doctor Benson le dio permiso a Marilyn de irse a casa. Sophia le hizo un enorme cartel de bienvenida y Nathan se ocupó de que instalaran todas sus cosas en la recámara principal de la casa. Sin embargo esa noche, si la mujer pensaba pasarla con su esposo, vio que se equivocaba cuando Nathan la ayudó a pasar de la silla de ruedas a la cama y luego Sophia se subió a su lado.
–¡Vamos a ver la mejor película, mami! –dijo Sophia y Marilyn miró a Nathan, consternada. –Sophia quiere dormir contigo –respondió él a la pregunta que vio en los ojos de su esposa –. Será mejor que yo me quede en otra habitación. Salió de allí, cruzó el corredor y se dirigió al closet de aquel cuarto, donde habían guardado todas las cosas de Meli. Tomó una pequeña camiseta suya y se la llevó a la nariz mientras las lágrimas inundaban sus ojos. 2
–¡Maldición, Miss Tropiezo, que falta me haces!
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