La inesperada visión de más de una docena de fotos íntimas la dejó atónita, y su rostro se volvió pálido abruptamente.
En cada una de ellas, se repetían los mismos rostros: ¡su esposo, Leonardo, y su hermana, Matilda!
Los dos estaban abrazados o besándose… Lo único común en todas las imágenes era la mirada llena de cariño de Leonardo hacia Matilda.
A pesar de los tres años que Natalie llevaba junto con él, nunca la había mirado con tanto amor.
[¿Te parece familiar?]
Frotándose las sienes, Natalie pensó que algo le resultaba conocido en las fotos, pero antes de que lo recordara, llegó otro mensaje de Matilda.
[Es su nido de amor, ¿acaso no puedes reconocerlo?]
[Ah… casi olvido, parece que Leo no te dejó volver a poner un pie allí después de la boda. ¿Sabes por qué?]
[Porque esta casa la preparó para mí. De no ser porque su abuela se tomó la libertad el día de su boda, ¡jamás habrías tenido la oportunidad de pisar este lugar en tu vida!]
Cada palabra de Matilda se sentía como una espina clavada en el corazón de Natalie, haciendo que sus manos temblaran sin control.
Agarró su celular con fuerza y empezó a escribir lentamente.
[Matilda, deja de enviarme esas fotos. Lo que tú y Leonardo tuvieron quedó en el pasado.]
[Je, ¿pasado? ¿Hablas en serio?]
[Volví del extranjero hace dos meses, y Leo no vino a casa desde entonces, ¿verdad?]
[Durante este tiempo, él venía a esta casa a verme todos los días después del trabajo. ¿Sabes cómo hablaba de ti en la cama? Dijo que eras nada atractiva y parecía una muñeca hinchable.]
[Eres un puro fracaso incluso como mujer. Si yo fuera tú, ¡me habría matado antes!]
[Mientras a Leo le siga importando su relación, te aconsejo que lo dejes voluntariamente, ¡o al final serás tú la avergonzada!]
***
Natalie ni siquiera sabía cómo había llegado a casa y no volvió en sí hasta que escuchó un ruido procedente de la cerradura de huella digital de la puerta.
En cuanto Leonardo abrió la puerta, la encontró sentada en el suelo de la entrada.
Él frunció el ceño y el disgusto se apoderó de su mirada.
—¿Qué haces sentada aquí?
Natalie levantó la vista hacia él y su apuesto rostro entró en su campo de visión, que era aún tan hipnotizante para ella.
Ella intentó buscar algún rastro de amor en sus ojos, pero no pilló nada más que impaciencia y desagrado.
Aunque Leonardo la había estado mirando con ese gesto durante los últimos tres años, cuando se dio cuenta de que él podía observar a otra mujer con tanta ternura, sintió como si le hubieran cortado el corazón y sufrió un dolor insoportable.
Natalie se levantó lentamente y lo miró a los ojos.
—¿Por qué no me dijiste nada sobre el regreso de Matilda?
La consternación brilló en los ojos de Leonardo, que luego respondió en tono indiferente: —Mati y tú no se llevan bien, así que no pensé que fuera necesario decírtelo.
Natalie se rio. ¿De verdad no lo consideraba necesario, o tenía miedo de que ella se enterara de su aventura con Matilda?
Cerró los ojos y dijo palabra por palabra: —Leonardo, si realmente me consideraras tu esposa, ¡no pasarías días y días con Matilda en nuestra casa matrimonial!
Ante eso, la cara de Leonardo cambió. —¿Cómo lo sabías?
—¿Cómo lo sabía? Deberías preguntarle a Matilda. ¡También me gustaría saber por qué ella, una amante, tuvo el descaro de enviar esas fotos que me dan asco!
—¡Natalie!
Leonardo adoptó un rostro lleno de rabia y su mirada helada cayó sobre ella como una flecha afilada.
A sus ojos, Matilda tenía un carácter sencillo y nunca haría nada para herir a los demás, mucho menos provocar a Natalie.
—Mi relación con Mati no es tan desagradable como dices. Ella sólo se aloja allí por un tiempo, ¡y de ninguna manera te enviaría fotos!
Ofendida por su mirada fría, los ojos de Natalie se enrojecieron de inmediato. —¿Se aloja? ¿Me tomas por tonta? ¿Y dices que de ninguna manera me enviaría fotos? ¿Así que quieres decir que la estoy calumniando?
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